O texto que reproducimos a continuación procede do libro Un futuro sin petróleo. Colapsos y transformaciones socioeconómicas do profesor de Economía Sustentable da UPV-EHU Roberto Bermejo publicado a finais do pasado ano (pp. 131 e 132). É un moi clarificador resumo do panorama que lles espera ás nosas sociedades como consecuencia do teito ou cénit do petróleo.
Los techos del petróleo y del gas supondrán un colapso económico. (…) se producirá un crecimiento explosivo del precio del petróleo (…) aumentan los analistas que prevén precios superiores a 200 dólares (…) en un contexto de gran volatilidad (…). La alta volatilidad se producirá porque, cuando suba mucho el precio, se reducirá drásticamente el consumo y los precios caerán con fuerza. Este hecho activará de nuevo la demanda y el precio alcanzará nuevas cotas. Ese ciclo se repetirá muchas veces, hasta que cambie el modelo energético. Esta dinámica traerá consigo una situación caótica, no sólo en lo económico, sino también en los político.
La conjunción de la escalada de los precios del petróleo (reforzada por las del gas y del carbón), de los materiales y de los alimentos está activando ya fuertes tensiones inflacionistas que se reforzarán en el futuro. Y los Gobiernos se verán en la disyuntiva de atajarla elevando mucho el tiepo de interés, con lo cual deprimirán la economía aún más, o aceptar una hiperinflación (y sus efectos desestabilizadores para la economía) para evitar deprimir la economía aún más. Se producirá una aguda escasez de dinero, porque en el sistema financiero los bancos lo crean a partir del endeudamiento. El sistema funciona en una economía en crecimiento, porque los deudores verán aumentadas sus rentas y podrán saldar las deudas, pero no en una economía en recesión. Lo más probable es que, al igual que en la década de los treinta del siglo XX, se creen numerosos sistemas de dinero local. Además, se hundirá el sistema monetario internacional (SMI) basado en el dólar, junto con el sistema financiero mundial. Pero este comercio se reducirá drásticamente, y especialmente el más lejano, lo cual obligará a crear economías fuertemente descentralizadas a todos los niveles: local, comarcal, regional y estatal. (…) Los sectores con más potencial descentralizador serán el energético y el agrícola. Las grandes empresas financieras verán reducido su volumen fuertemente por el colapso del sistema financiero internacional. Las de producción verán imposible continuar con su potente comercio intraempresarial (que supone alrededor del 40% del comercio internacional), lo cual hará inviables numerosas plantas (aparte de la reducción del volumen de producción producida por el impacto de la crisis económica). Así que su tamaño será mucho menor, y sus plantas, situadas en Estados diferentes, serán mucho más autónomas. El comercio internacional se realizará básicamente con los Estados geográficamente más próximos. Se producirá y construirá poco, pero aumentarán las actividades de reparación, remanufacturación, rehabilitación, reciclado, etc. El mantenimiento de las infraestruturas de transporte menos necesarias será muy precario. Los capítulos principales de inversión serán en eficiencia, en sistemas de captación de energías renovables y en la adaptación y modernización de las redes de transporte colectivo y de mercancías. La capacidad de gasto de los Gobiernos se reducirá mucho, al mismo tiempo que se dispararán las necesidades de inversión en las reconversiones sectoriales y las del gasto social.